La mayoría de personas que necesitan asistencia para la realización de sus cuidados personales y de la vida diaria, el momento del ingreso en la Residencia es probablemente el más delicado. Tener que adaptarse a normas, rutinas y estilo de vida de este nuevo contexto de convivencia resulta complicado en sí mismo, provocando, la suma de todas estas circunstancias, sensaciones de estrés.
La persona que ingresa en una Residencia lo hace debido a que no posee su propia autonomía, de forma total o en un grado importante, bien porque nunca la ha tenido o bien porque la ha perdido por causas diferentes como enfermedad, accidente, envejecimiento, …
¿Qué es la autonomía?.
«Es la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa, decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias propias así como de desarrollar las actividades básicas de la vida diaria».
La falta de autonomía tiene implicaciones en ámbitos tan diferentes como el laboral, el educativo, la comuni-cación social y la accesibilidad, de forma que la persona ve mermada su participación en actividades que otras personas sí realizan y también en el empleo, lo que puede conllevar desajustes educativos y sobre-protección familiar, factores que no hacen sino empeorar la situación problemática en la que se encuentran inmersos.
Así, en muchos casos, la persona que posee poca o ninguna autonomía no puede por sí misma desarrollar las actividades cotidianas que permiten a un individuo una vida independiente o no puede controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa, decisiones personales según sus propias normas o preferencias personales. En otras palabras: porque es una persona dependiente.
¿Qué es la dependencia?.
«Es el estado de carácter permanente en que se encuentran las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad o la discapacidad, y ligadas a la falta o a la pérdida de autonomía física, mental, intelectual o sensorial, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar actividades básicas de la vida diaria o, en el caso de las personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental, de otros apoyos para su autonomía personal».
Cuando un nuevo residente ingresa en la Residencia, nuestros profesionales de la atención socio-sanitaria realizan una valoración global: ¿quién es?, ¿de dónde viene?, ¿qué necesita?, ¿cómo se puede facilitar el proceso de su adaptación al nuevo entorno?, ¿de qué forma saludable conseguirá ajustarse a este nuevo contexto de vida?.
Para lograr estos fines se necesita un trabajo de diálogo con cada persona, analizar con ella las causas de su situación, el momento actual, sus expectativas y deseos. Este diálogo será una parte indispensable de nuestro quehacer cotidiano. Contemplaremos una visión amplia de la persona, más allá de la identificación de indicadores de pérdida, y recopilaremos datos biográficos, recuerdos cargados de emociones positivas, etc., puesto que los propios usuarios, en función de su edad, posibilidades y desarrollo de la enfermedad limitante, deben ser parte activa en el proceso de ajuste al Centro.
¿Cómo actuamos?.
Una de las grandes diferencias entre los antiguos Geriátricos y nuestra Residencia, es la de establecer un plan de caso; es decir, una intervención distinta para cada usuario/a.
Practicamos la atención socio-sanitaria lejos de aquel paternalismo que envolvía las viejas instituciones, huyendo de la idea de colocar a la persona dependiente en un centro como la última salida y nada más.
Por el contrario, supone concebir la unidad residencial como un contexto de desarrollo adecuado; el lugar desde donde la persona trabaja para fomentar su independencia. Y para conseguirlo ofrecemos servicios especializa-dos de enfermería, atención médica, rehabilitación, atención psicosocial, … entre otros, con el objetivo de recuperar o, al menos, mantener por el mayor tiempo posible en el individuo un grado de desempeño autónomo en su vida cotidiana.